Así todas las formas se
deshacen:
arranca todo el rojo, que
ruede sobre el negro
y se hunda en cicatrices,
entonces, sin más piel ni
labio para el frío,
se sellará a tu espalda
la huella de tu rostro,
y la prisión aleve,
ese yermo perfil que se
besa a sí mismo en el espejo,
soplará en el vacío la
silueta del orbe.
Hay que saber agonizar
cantando
de pie sobre la propia
alegoría
para salvaguardarse de la
pulsión mortuoria
y emplear el sudario como
un puño
enguantado de seda.
Así toda la nada se sucede.
Lo saben las palabras que
callé
cuando vivir a filo de
valor simulado
era la perspectiva del
regreso,
y la extinción metódica
de la fragilidad
daba a luz en las calles
un contoneo suave de
caderas y el disparo certero
de otra sonrisa acorde a
la batalla.
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